Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1043
Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 14 de febrero de 1885
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Ministro de Fomento
Número y páginas del Diario de Sesiones: 90, 2300-2302
Tema: Interpelación sobre los sucesos universitarios

Tengo el disgusto de decir al Sr. Ministro de Fomento que ha correspondido muy mal a mi modo de expresarme y a mi manera de pensar. Yo me he librado muy mucho de llamar a su señoría apóstata ni traidor; esas palabras no las empleo yo nunca en ninguna parte, menos aquí, y mucho menos en este sitio. (Señalando al banco azul). Yo creía que se levantaría a contestarme un Ministro; no me imaginé que se iba a levantar a contestarme un exasperado.

Yo había concluido mi discurso diciendo que la mayor parte de las complicaciones que a este Gobierno ocurren, nacen de su falta de prudencia; y ahora tengo que decir que le ocurren principalmente por sobra de imprudencia; continuad así, que pronto tendréis vuestro merecido.

Bueno es que tengan presente los Sres. Ministros que estamos dispuestos a recibir las contestaciones que den a nuestros discursos y ataques, con más o menos energía; pueden emplear toda la que tengan por conveniente; pero no estamos dispuestos a sufrir cierto género de insultos. (Aplausos en las minorías).

Yo no me río de la tesis ni de la hipótesis, no; no me he reído de nada; he hecho uso de esas palabras porque de ellas se valió S.S.; lo que tiene es que su señoría hace mal uso de ellas; porque, ¿no comprendéis, Sres. Diputados, el empleo que hace el Sr. Ministro de Fomento de la tesis y de la hipótesis? Pues mediante éstas, pretende que lo blanco se vuelva negro. Y si no, vedlo. ¿Qué motivo tiene ahora el señor Ministro de Fomento para defender la tolerancia religiosa? Pues los mismos que tuvo para rebatirla; y vais a ver sus propias palabras, y después, decidme si podéis compaginar esa tesis y esa hipótesis, que yo, en lugar de tesis e hipótesis, y en lugar de filosofía, como ha dicho S.S., lo llamo a esto frescura. (Risas). Sí, porque es una frescura incomparable querer armonizar las dos cosas, la tolerancia y la unidad religiosa. Oíd, oíd, Sres. Diputados, que es digno de vuestra atención lo que voy a leeros.

Me refiero a lo que afirmó el Sr. Pidal el año 76, en un discurso pronunciado contra el actual Presidente del Consejo de Ministros, hoy su amigo, hoy su correligionario; y hace de esto ocho años y no treinta, y cuando no había peligro de guerra civil, como existía el año 1854, en cuya época, según ha recordado S.S., no defendí la libertad de cultos porque era un arma de la que se querían valer los carlistas, era un arma política y no otra cosa. ¿Qué queréis? decía yo en las Cortes; ¿dar armas a los carlistas? Pero ¿afirmé nunca que fuera enemigo de la tolerancia religiosa? Lo que sostuve fue que en aquellos momentos, por razones políticas, no la quería. Pero en fin, y en último resultado, ¿no hay más distancia de aquí a ese discurso que S.S. ha leído, que de aquí al programa de Manzanares? Pregúntelo su señoría al Sr. Presidente del Consejo. (El Sr. Ministro de Fomento hace algunos signos que no se notan). Hace S.S. mal, y por S.S. se lo digo, porque es mi amigo, y aunque no lo merece, sigo queriéndole; hace su señoría mal en hablar así.

Porque vamos a sus palabras pronunciadas en 1876.

"Procurando reconcentrar en uno todos los argumentos dispersos que de las diferentes fases de asunto y de los diversos puntos de vista de la discusión se me iban presentando en el curso del debate, concretaré mi pensamiento y lo definiré diciendo que me opongo al art. 11 (de la Constitución) bajo tres puntos de vista: que me opongo a él como monárquico y como dinástico, por creerlo un crimen de lesa religión." (El Sr. Ministro de Fomento: Eso es la tesis. ¿no ha caído S.S. en eso todavía?) Esa es la tesis. ¡Ah, Sr. Ministro de Fomento! Esa tesis con esta hipótesis de ahora, no es tesis, es tisis. (Risas. -Bien en las minorías).

Pero oíd lo que sigue, que no le salvan al Sr. Pidal ni siquiera esas licencias que dice que ha traído del Papa:

"He dicho, señores, que me oponía como monárquico español al art. 11, por creerlo un crimen de lesa nacionalidad. Señores Diputados, tan encarnada está en mí esta idea, tan encarnada la idea de que esta cuestión, si es vital para la religión en cuanto religiosa, es vital para la Nación en cuanto política, que yo declaro que no soy de esos que dicen que si el Papa levanta la mano y permitiera que se transigiera en esta cuestión, transigiría: yo, señores, no transigiría aunque el Papa me autorizase para ello".

Esto, Sr. Ministro de Fomento, ¿es hipótesis o es tesis? (El Sr. Ministro de Fomento: Si S.S. no lo comprende ya, es inútil que se lo explique más). No; yo no comprendo esos absurdos. (El Sr. Ministros de Fomento: Pues lo siento por S.S., porque lo comprende cualquier alumno de lógica de tercer año). Se necesita para eso estar loco. (El Sr. Ministro de Fomento: Eso no es un insulto). Merecido en todo caso, pues me parece que el decir que yo comprendo lo que comprende un alumno de filosofía, no es un argumento para un hombre que ha sido tres veces Presidente del Consejo de Ministros, y que ha tenido la honra de presidir más de una vez esta Cámara, Sr. Ministro de Fomento. De manera que si admitís esa hipótesis y esa tesis de la manera que lo entiende el Sr. Ministro de Fomento, entonces todo es posible en este país, menos la formalidad y la consecuencia.

No contestaría al Sr. Ministro de la Gobernación, porque en lugar de responder a mi discurso, lo que ha hecho ha sido traer aquí cuestiones que no es prudente debatir ahora, como la cuestión de Badajoz, que no hacía al caso para nada, y que se ha discutido ya mucho. (Rumores). Estamos dispuestos a discutirla cuando queráis, para lo cual me ayudará mucho el actual Sr. Ministro de la Guerra. (Bien, en las minorías).

¿Qué se cree el Gobierno? ¿Es que la cuestión de Badajoz es una cuestión política? (El Sr. Ministro de la Gobernación: Sí). No; y desgraciado el que crea eso; afortunadamente, no; porque si fuera eso, no tendría fácil remedio. Ésa es una cuestión muy honrada, ésa es una cuestión muy delicada, que no debe traerse aquí de esa manera, propia sólo del Sr. Ministro de la Gobernación.

¡Que sorprendió aquella sublevación al Gobierno! ¿Cómo no le había de sorprender, si sorprendió a los mismos jefes militares que el Gobierno tenía en los puntos donde ocurrió? ¿Qué había de hacer el Gobierno? Pues si el regimiento de Santo Domingo salió al campo con sorpresa de su coronel, con sorpresa de [2300] sus oficiales, con sorpresa del capitán general del distrito, y con sorpresa del Sr. Quesada, general en jefe del ejército del Norte, ¿cómo no había de salir con la sorpresa del Gobierno? (Aplausos. -Muy bien, en los bancos de la izquierda).

¿De qué medios cree el Sr. Ministro de la Gobernación que podía valerse el Gobierno en una cuestión que era en su manifestación esencialmente militar y de cuartel? ¿Es que el Gobierno podía llevar a los agentes de orden público o a la policía secreta a los cuarteles? Antes que hacer eso, antes que denigrar al ejército, si no sirve, yo tendría el valor de proponer su disolución a S. M. el Rey. (El Sr. General Dabán: Bien). Pero además de que esto sólo es una verdadera desgracia, es, por otra parte, una desgracia que puede pasarle a ese Gobierno, y que si le ocurre, será mayor que la que sufrió el Gobierno que yo tenía la honra de presidir; tenedlo en cuenta por si sucede. Pero qué, ¿no le ha ocurrido esto más que al Gobierno liberal? ¿Qué Gobierno conservador hay al que no le haya ocurrido alguna vez? (El Sr. Ministro de la Gobernación: A éste.). Lo menos le ha ocurrido dos veces, y el tiempo hablará todavía.

Cuando a los generales más distinguidos, a los generales que tenían más prestigio en el ejército y que estaban agobiados por los laureles de la victoria les ha ocurrido eso, ¿qué extraño que os ocurra a vosotros mañana? Por eso debéis considerar que el mal es más hondo de lo que parece; que el mal no depende de nosotros ni del Gobierno; que puede ocurrir lo mismo a cualquier Gobierno, y que no debierais traer aquí hechos como éstos, si tuvieseis la prudencia que ya he dicho que os falta.

Pero la prueba de que sois injustos en vuestros cargos, está en que si aquel Gobierno fuera responsable de los hechos ocurridos, responsable sería también en alguna parte siquiera, aquel Ministro de la Guerra, a quien lejos de acusar de nada, tenéis de general en jefe del ejército del Norte. Y es prueba también de vuestra injusticia, el que si hay responsabilidad para aquel Gobierno, también la habrá para los jefes del ejército que se sublevó, y lejos de exigirla, tenéis de Ministro de la Guerra a uno de esos jefes, al general Quesada, a quien habéis herido vosotros al pretender herirme a mí; que estáis tan ciegos, que por destruirme a mí os matáis vosotros mismos. (Aprobación en la izquierda).

¡Ah señores! Otro asunto que ha sacado el Sr. Ministro de la Gobernación, y que tampoco ha debido traer aquí, es la conducta del Gobierno en 1874, y la desgracia que tuvo aquel Gobierno por haber caído también por una sublevación militar. Repare su señoría cuál fue el resultado de aquella sublevación, y se convencerá de que no debía traer al debate esos hechos. El año 1874, ¿qué más pude hacer yo? Se trataba de la guerra civil, y yo me dediqué exclusivamente a proporcionar recursos para concluir con aquella; y a fin de combatir a los carlistas y terminar gloriosamente la campaña, utilicé todos los recursos de que podía valerme, los creé nuevos, eché mano de todas las personas que daban su palabra de no hacer más que combatir a los enemigos; no reparé en las opiniones de los generales, y a todos fui, a todos llamé, a todos di mandos en el ejército. Si alguno después se sublevó, ¿qué culpa tengo yo? (Rumores; aprobación en las en minorías).

(Llamada de atención del Presidente del Consejo de Ministros. Le permite continuar con su discurso).

Señor Presidente, sabe su señoría cuánto respeto le tengo por el cargo que ejerce, por la justicia e imparcialidad con que lo desempeña y por los muchos merecimientos que tiene; pero yo he respondido a un cargo que me ha hecho el señor Ministro de la Gobernación; si hay alguna imprudencia, será en el asunto, y el asunto no lo he traído yo al debate, sino el Sr. Ministro de la Gobernación. Por lo demás, si en la defensa de mis actos ha podido haber, que yo no lo creo, alguna palabra ofensiva para alguien, como mi objeto no es lastimar a nadie, la doy por retirada; lo que no quiero dar por retirado es nada de lo que constituye mi defensa ante los cargos que me ha dirigido el Sr. Ministro de la Gobernación con manifiesta inoportunidad y temeraria imprudencia.

(Respuesta del Presidente a la aclaración. Permiso para continuar).

También me ha extrañado que el Sr. Ministro de la Gobernación se refiriese a los actos del Gobierno de 1872 para censurar mi política. ¿Qué he de decir yo sobre esto a S.S. que de aquel Gobierno formaba parte? Si aquel Gobierno lo hizo mal, tanta culpa tiene en ello S.S. como yo; de modo que no sé a qué ha venido el argumento de mi conducta en 1872, como no haya sido por falta de otros argumentos, y olvidándose S.S. de que le tuve de Ministro en aquel Gobierno; lo cual fuera bueno que recordase con frecuencia, para no hablar como acostumbra a hacerlo.

El Sr. Ministro de la Gobernación nos ha dado esta tarde una prueba de que, lejos de estar arrepentido el Gobierno de su conducta, insiste en el propósito de sembrar la cizaña en nuestro campo. Bien lo ha procurado S.S. en su discurso, pero me parece que va a llevarse chasco.

Por una mala inteligencia, al decir yo que el señor Presidente del Consejo de Ministros había intentado, sembrando disidencias, encender el fuego en nuestro campo, y que no el nuestro, sino el de su señoría ya está próximo a arder por los cuatro costados, creyó el Sr. Linares Rivas que en mis palabras había algo que pudiera molestarle. Tan lejos estaba de mi intención y de mis frases ese propósito, que en [2301] realidad yo no hice más que recordar unas palabras del Sr. Montero Ríos, que me parece no podrá rechazar S.S. Decía así el Sr. Montero Ríos:

"El Sr. Ministro de Gracia y Justicia, con esa consumada habilidad que debe a su talento, no a los años, procura llevar el incendio a la casa ajena para entre tanto dedicarse a apagar el de la propia; sin tener en cuenta que aquella casa era incombustible, y que sus habitantes tenían fuerzas sobradas para extinguir el fuego sin concurso de nadie; mas si concurso necesitaran, demasiado saben que podían contar con el de los que habitamos la casa contigua; no lo necesitan, y por tanto sería impertinente que nosotros se lo ofreciéramos".

Es decir que no he afirmado más ni menos que lo que dijo el Sr. Montero Ríos: que vosotros los conservadores tenéis el propósito y la intención de incendiar nuestra casa, sin que esto quiera decir que contribuya a ello nadie de los que nos rodean. Mi afirmación es otra: las disidencias en los partidos liberales son más naturales, más fáciles, y por lo mismo, más frecuentes que en los partidos conservadores; pues estas disidencias que ocurren en los partidos liberales por su índole, por sus condiciones y por carácter, las queréis explotar vosotros, sin que por eso quiera yo decir que os ayude ni se aproveche de esa explotación nadie, absolutamente nadie. Queréis, pues, vivir a favor de nuestras disidencias, sembrando la cizaña en nuestro campo; pero yo no he dicho, y en eso habría solamente ofensa, sino también calumnia, que ningún individuo ni colectividad alguna haya aprovechado esas malas intenciones del Gobierno. Éste, para salvarse hoy, y lo mismo el partido conservador, viendo que la cizaña nace en su campo, aunque nosotros no la fomentamos, trata de sembrarla en el nuestro. Pero después de todo, sepa el Gobierno, y no dude el Sr. Ministro de la Gobernación, que aquí en el campo liberal, lejos de haber disidencias irreductibles, hay por el contrario grandes tendencias a la conciliación, convencidos como lo estamos todos los liberales, de que no es cosa de reñir por pequeñeces, cuando tenemos enfrente Gobiernos y mayorías que más parecen reaccionarios que conservadores.

Por eso estamos dispuestos a acoger y reunir dentro del gran partido liberal todas las fuerzas sociales y políticas del país, sin más limitaciones que la de aceptar sinceramente la Monarquía y la de que al desenvolver todos los principios, así liberales como democráticos, se proceda siempre sin perder de vista los intereses monárquicos; de donde resulta que aquí, en este gran partido caben dignamente todas las fuerzas liberales, lo mismo las que tiene su representación a mi derecha que las que se hallan a mi izquierda; lo mismo el Sr. Martos que el Sr. Marqués de Sardoal, que el Sr. Moret y que el Sr. López Domínguez; todos con sus fuerzas, con su importancia; importancia que nadie les niega, y que la han adquirido sin apoyo ni auxilio vuestro ni de nadie, porque para nada lo han necesitado.

Como es muy tarde, voy a abreviar. Para que vea el Sr. Ministro de Fomento que yo soy consecuente en mis ideas, voy a leer unos párrafos de mi carta al Sr. Arzobispo de Burgos, en los cuales le decía, poco más o menos, lo mismo que manifesté en las Cortes en 1854 en el primer discurso que pronuncié en mi vida; y digo en mi vida, porque o hasta entonces no había hablado en público, no me había dedicado a la política, y estaba enteramente consagrado a mis tareas de ingeniero, a estudiar proyectos y a construir carreteras y puentes. Y hago esto para que vea su señoría cómo yo, sin tesis ni hipótesis, conservo siempre el espíritu de mis ideas y la consecuencia en los principios y en los procedimientos; oiga S.S.:

"Por lo demás, han sido tantos y tales los desastres causados al mundo por las diferencias religiosas, que la unidad católica hubiera sido en todos tiempos y sería hoy, como dice V. E, y como yo creo, joya de inestimable valor y tesoro inapreciable; pero es el caso, Excmo. Sr., que la unidad católica ni ha existido antes ni existe hoy en la tierra; y que no somos los católicos, dolor causa confesarlo, pero es fuerza reconocerlo, ni los más, ni los más fuertes, aunque pretendamos ser los mejores dentro de la humanidad; y ante éste nunca bastante lamentable hecho, yo no puedo menos de insistir en la idea de mi discurso, que tanto ha mortificado a V. E., es a saber: que la intolerancia religiosa es en los tiempos que alcanzamos incompatible con el bienestar y la prosperidad de los pueblos. El vapor, la electricidad, los adelantos extraordinarios que son gloria del siglo XIX, han facilitado por tal extremo las relaciones entre los hombres, que más vive cada pueblo de la vida de los demás que de la suya propia; y el que por cualquier clase de intolerancia, y sobre todo por la intolerancia religiosa, pretenda sustraerse a este movimiento general, se aísla, se estanca y muere".

Ya ve S.S. como el espíritu es el mismo. Yo entonces decía: no es tiempo de la tolerancia religiosa, hay que mantener la unidad católica, porque el carlismo espera esa bandera, y entonces aquel partido tendrá mucha fuerza; pero hoy, como ya es tiempo, como con los caminos de hierro han aumentado los medios de comunicación, y las relaciones entre los pueblos se han hecho más frecuentes, hoy pienso lo mismo que pensaba entonces: que la tolerancia religiosa es una doctrina del partido liberal.

Tengo grandísimo sentimiento por haber contribuido por mi parte a alargar esta sesión y ocasionado tanta molestia, por lo cual os suplico me perdonéis, y me siento. [2302]



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